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A nos; y merced á esta calumnia, los obispos, presbí- teros y demás clérigos fueron inmediatamente encar- celados, atormentándoles con inauditas crueldades si rehusaban sacrificar á los ídolos. Cualquiera podía perseguir impunemente ante los tribunales á los cris- tianos : mas éstos no tenían derecho para reclamar contra ninguna persona. De todas las persecuciones padecidas por la Igle- sia, ésta fué la mayor, así por su duración y exten- sión, como por la atrocidad de los suplicios y el mú- mero de mártires. Las cárceles quedaron atestadas de fieles, hasta el punto de faltar sitio para colocar á los verdaderos criminales; y como los jueces tenían orden de emplear cuantos suplicios imaginasen, se ap icaban á los cristianos las torturas más horribles. Roma y Nicomedia se vieron inundadas de sangre cristiana, y en Egipto se tragaba el Nilo diariamente millares de víctimas. En el espacio de un solo mes perecieron, según se lee en el Martirologio Romano, hasta 17.000 personas. Es admirable el martirio de Vicente, diácono de Zaragoza. Por orden del feroz Daciano, Vicente fué primero tendido en el potro, donde le estiraron los miembros con tal violencia, que sus huesos quedaron dislocados ; después le azotaron bárbaramente con varas, y rasgaron sus costados con uñas de hierro. En tan terrible suplicio el rostro de Vicente aparecía "radiante de gozo, y sus labios no pronunciaron queja ninguna. Probó entonces el tirano ganarle por medio de halagos, ya que no lo consiguió con los tormentos; mas el santo le dijo : « Lengua de víbora, menos temo los tormentos que tus pérfidas palabras. » Fuera de sí de ira Daciano por esta respuesta, ordenó que le tendieran en una parrilla de puntas muy agudas co- locada sobre ascuas. Vicente sufrió también este su-

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