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e persiguió al principio, movido no por el afecto que les tenía, sino por respeto á Diocleciano. Este empe- rador cambió enteramente de conducta con respecto á los mismos, desde que los arúspices declararon que por culpa de los cristianos habían dejado de manifes- tarse en las entrañas de los animales las señales de costumbre. Por este motivo los cristianos que mora- ban en su palacio y se negaban á ofrecer sacrificios á los dioses, fueron arrojados á las llamas ; y los jefes del ejército, también *eristianos, fueron depuestos de su empleo y retirados del ejercicio de las armas, per- diendo muchos de ellos la vida juntamente con la dignidad. El año 303 instigado Diocleciano por su madre, mujer muy supersticiosa, y cediendo á las repetidas instancias de Maximiano y Galerio, dió un edicto contra los cristianos, por el que se privaba á éstos de todas sus dignidades y honores, se ordenaba destruir las iglesias y arrojar al fuego los libros sagrados, y se obligaba á los libertos á volver á su primitiva condi- ción de esclavos. Este edicto, con ser tan cruel é injusto, no satis- fizo completamente á Galerio, cuyo aborrecimiento á la nueva religión era muy grande y su sed de sangre insaciable ; y así, aprovechando la circunstancia de haberse quemado en Nicomedia el palacio de Dio- cleciano por un incendio, ordenado probablemente por el propio Galerio, acusó el muy pérfido á los cris- tianos de culpables del siniestro y de conspiradores contra la vida del emperador. Ciego entonces de ira ordenó Diocleciano que los cristianos fuesen atados en grandes catervas y, sin atender á su condición ni á su edad, fueran quemados y arrojados á las aguas. Además, los alborotos y sediciones que tuvieron lugar por este tiempo en la Armenia Menor y en Siria, fueron también falsamente atribuidos á los cristia-

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