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— 286 los enemigos del emperador, su religión les prohibía asistir á los sacrificios de los ídolos. Ciego de ira Maxi- miano al oir esta respuesta, mandó que diezmaran hasta dos veces aquella legión de héroes : mas la eje- cución de tan inicuo decreto no sirvió sino para au- mentar el valor de los cristianos. Ni Mauricio, jefe de la valiente legión, ni ninguno de sus sol: ado. y oficiales rehusaron la muerte ó se defendieron del ataque injusto de sus camaradas. Entonces Mauricio escribió la siguiente carta al emperador : «Señor, soldados tuyos somos, pero antes somos siervos de Dios. Si de ti recibimos el salario, á Dios debemos nuestras vidas. Antes del juramento prestado al emperador, hemos prestado á Dios el juramento de fidelidad. Entre la obediencia debida á un hombre y la que se debe á Dios, optamos decididamente por esta última. No temáis trastornos ni disturbios de nuestra parte ; los cristianos no sabemos sublevarnos contra nuestros jefes, y aunque tenemos armas, no habremos de servirnos de ellas : queremos más morir inocentes, que vivir culpables. » Este noble y discreto lenguaje acabó de exasperar al tirano, el cual ordenó que el ejército entero cayese sobre los restos de aquella legión y los pasase á cuchillo. Mauricio y sus compañeros depusieron las armas, y se dejaron matar sin resistencia alguna, exhortándose mutuamente ú morir generosamente por el nombre de Jesucristo, El año 292 adoptó Diocleciano por hijos á Ga- lerio y á Constancio Cloro, y creándoles Césares, distribuyó el imperio de este modo : Constancio go- bernaría las Galias é Inglaterra ; Maximiano España, Italia y África ; Galerio Hiria y Tracia ; y Diocleciano Asia y Egipto, reservándose además la suprema po- testad. Constancio Cloro dejó tranquilos á los cristianos en las provincias de su mando. Tampoco Galerio los

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