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día sentía por el progreso del cristianismo, se dieron á perseguir á los cristianos, bien seguros de que po- drían maltratarlos impunemente, gobernando un principe tan amigo de las supersticiones paganas. Indeciso Plinio II, procónsul de Bitinia, sobre la conducta que debía observar con los cristianos, escri- bió á Trajano entre otras cosas lo siguiente : «He in- terrogado debidamente á los cristianos, cuando han- me sido presentados en mi tribunal, amenazándoles con los tormentos, si confesaban su fe, y condenán- doles á la muerte, si perseveraban en ella ; y después de las debidas averiguaciones he observado que todo su crimen consiste en reunirse para cantar alabanzas á Cristo, su Dios, obstinándose en no querer sacrificar álos dioses, Sus costumbres son puras ; desconocen el homicidio, el adulterio, las mentiras, el fraude y de- más crímenes ; por lo que me veo precisado á con- sultarte cómo debo portarme con ellos, sobre todo siendo tan grande su número. » El emperador Tra- jano le contestó que no debía andar en averiguaciones con relación á los cristianos, sino condenarlos á muer- te así que fueran acusados y convictos de serlo. Entre los muchos que padecieron el martirio en esta persecución, se cuentan la virgen Flavia Domi- tila, Nereo y Aquileo, Ignacio, obispo de Antioquía, Simeón, obispo de Jerusalén, y Eustaquio con su mu- jer Teopista y dos hijos. Son dignos de conocerse los sucesos referidos en la Historia de los mártires acerca de esta santa fa- milia. Eustaquio, conocido con el nombre de Pláci- do antes de su conversión, era uno de los generales más renombrados del imperio, célebre por sus famo- sas hazañas en el sitio de Jerusalén, donde miiitó á las órdenes de Vespasiano y de Tito. Aunque de cos- tumbres intachables, profesaba, no obstante, el culto de los paganos. Un día de caza, cuando con mayor

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