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á este suplicio, que ni había ya sitio para poner las cruces ni cruces para los ajusticiados. Por otra parte los muchos cadáveres que se hallaban esparcidos en calles y plazas, daban á la ciudad el aspecto de un vasto cementerio. No fué bastante, sin embargo, tanta calamidad para abrir los ojos á los miserables sitiados y mover- los á someterse al general romano ; al contrario, tor- náronse más obstinados. Después de muchos y fu- riosos combates, Tito se apoderó de las tres murallas que rodeaban á la ciudad, y cercó el Templo. En su deseo de conservar este soberbio monumento, invitó á sus defensores á rendirse ; pero aquellos desespera- dos no entendían ya de paz ni de rendición. Ordenó entonces el general romano que asaltaran el Templo, encargando muy encarecidamente á los soldados que no incendiasen la parte interior y más magnífica del edificio; pero, á decir de Josefo, historiador judío, un soldado romano, movido como de sobrenatural impulso, tomó un leño ardiendo, y encaramándose sobre algunos de sus compañeros, lo echó por una ventana á una estancia contigua ; el fuego prendió con rapidez en las habitaciones interiores del Tem- plo, sin que fueran bastantes los esfuerzos del general para impedir que fuese abrasado por las llamas. Todavía quedaron algunos obstinados en lo más alto y escarpado de la ciudad, donde, despreciando la generosidad de Tito, dispuesto á perdonarles la vida si se rendían, defendíanse desesperadamente, ro im- portándoles ya nada la vida, una vez perdida la ciu- dad y arruinado el Templo. Tras atroz carnicería y muchos combates logró por fin dominarlos el general sitiador, y entregando la ciudad al saqueo y á las lla- mas, dejó convertida en un inmenso montón de rui- nas la que antes fué la bella y populosa Jerusalén.

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