BCCPAM000313-2-05000000000000

dida en facciones que mutuamente se aborrecían y se hacían sangrienta guerra ; el incendio, el pillaje y los asesinatos se cometían á diario por la muchedum- bre de foragidos y desalmados que encerraba dentro de sus muros. Al ser Vespasiano proclamado emperador, su hijo Tito tomó á su cargo la rendición de Jerusalén, conforme á las indicaciones de su padre. A los estra- gos causados por el valor y la vigilancia del ejército romano se unieron muy pronto los ocasionados por el hambre y la peste ; porque habiendo cercado Tito la ciudad con un muro de circunvalación á fin de cor- tar á los sitiados toda suerte de comunicaciones con los de afuera, y teniendo en cuenta la muchísima gen- te que se aglomeró dentro de ella con motivo de la Pascua, tardaron poco en consumirse los víveres. y el hambre más horrible se apoderó de los moradores de Jerusalén. Desde entonces no se respetaban ya las relaciones de amistad ni las de parentesco; el padre negaba á su hija el pedazo de pan que ésta demandaba, la mujer se lo arrancaba de las manos á su marido, y hasta la madre se lo arrebataba de la boca á su ham- briento pequeñuelo, olvidada de la ternura maternal con aquella especie de frenesí causado por el hambre. Una mujer noble y rica, llamada María, acosada por este atroz azote, degolló á un hijo suyo que criaba á sus pechos, partiólo en dos mitades, y luego de asar y preparar un trozo, se lo comió. Romanos y judíos se estremecieron de espanto al escuchar tan inusitado crimen. Muchos de los sitiados salían desesperados de la ciudad, y se arrojaban como frenéticos sobre los ro- manos. Tito castigaba con el suplicio de la cruz á los que eran cogidos vivos en la refriega ; mas á poco llegó á ser tan considerable el número de los condenados

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz