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— 269 — de la justicia de la misma causa, cuanto del valor, fuerza y habilidad del que la defendía ; ni para con- quistar conforme á derecho estados ajenos, se exigían al invasor otros títulos que los de ser hábil, fuerte y valeroso ; ni para ser invadido dejaba un pueblo de merecer la.amistad y el respeto de sus vecinos, sino cuando comenzaba á ser débil. La esclavitud, admitida universalmente por to- das las naciones, al mismo tiempo que constituía gravísima injuria á la dignidad humana, servía tam- bién de fácil instrumento para el vicio á los desorde- nados impulsos de los señores; pues el amo podía usar del esclavo á su capricho, como de cualquier otro objeto de su propiedad : con lo que la ira, la lujuria y la avaricia de los señores podían satisfacerse impunemente con la abundancia de esclavos. Contra esos errores y contra esa corrupción de costumbres iba, pues, á chocar la naciente iglesia. La mentira, el odio y la violencia, sobre que se cimentaba el poderoso imperio romano, iban á ser sustituídos por la verdad, la caridad y la justicia, enseñadas por Jesucristo. El choque que debía producirse del en- cuentro de teorías y aspiraciones tan opuestas, tenía que ser violentísimo ; mas al fin la piedra desmenu- zaría la estatua, la Iglesia de Jesucristo triunfaría del paganismo, al culto de muchos dioses sustituiría el culto del único Dios verdadero, los excesos y las abominaciones de la Roma pagana cesarían ante la pureza y la santidad de la Roma cristiana, se aboliría la esclavitud, se inspiraría á los hombres el amor á la verdad, á la moderación y á la justicia, y, extin- guiéndose los odios que tenían divididos á los mor- ta es en diversas clases y categorías, reinarían en el mundo la paz y la igualdad, hijas legítimas de la ca- ridad cristiana.

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