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— 268— cas usadas en los cuatro famosos imperios. El choque, pues, que el cristianismo, piedra desprendida del monte santo de Sión, había de tener con la colosal es- tatua, tenía que ser forzosamente formidable, fra- goroso, horrible. Las ideas que los romanos tenían acerca de Dios y de sus atributos, eran muy diversas de las que Pedro y sus compañeros trataban de enseñarles. La plurali- dad de dioses, el atribuir á éstos pasiones y miserias á que está sujeta la humana naturaleza, la facilidad de elevar á los hombres famosos á la categoría de dioses y de atribuir á seres inanimados cualidades divinas, eran fruto de los extravíos padecidos por la razón humana desde que, separándose ésta de las tra- diciones de Noé y perdiendo por ende la noción exacta y verdadera de Dios, gustó de teorías inventadas por la fantasía de los poetas y las supersticiones del vulgo. Las costumbres, así de los que mandaban como de los que obedecían, eran depravadas en sumo grado ; los gobernadores se aprovechaban de su auto- ridad para saciar la soberbia y lujuria que consumían sus ánimos; el capricho de un emperador ó de un general era motivo suficiente para entregar á la muerte muchas vidas, á veces por solo el placer de ver sufrir á las víctimas ; no había vicio, por repugnante que fuera, á que no se dedicaran aquellos corrompidos hombres, y hasta se le daba cierta especie de culto y adoración cuando se celebraban las fiestas de algunas de sus disolutas divinidades. Las virtudes morales apenas eran conocidas ; y si alguno las ¡ racticaba de vez en uando, no era por el aprecio de las virtudes mismas, sino por la vanidad que experimentaba en practicarlas : con lo cual logra- ba únicamente satisfacer su ruin amor propio. El buen éxito de una causa no tanto dependía

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