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267 sucesivamente ese imperio, como diversas eran las partes de que aquella se componía. La esperanza en un extraordinario Enviado, Fundador de una monarquía robusta y duradera, era general desde muy antiguo en las diversas naciones del mundo civilizado. En el Occidente era común creencia que este novísimo imperio había de venir del Oriente; en cambio, era creencia general en China que aquel tendría su cuna en el Occidente. De manera que una misma esperanza alentaba á ambos impe- rios. China con Confucio esperaba al Santo por el lado de Occidente, y Roma aguardaba al Dominador por la parte de Oriente. Ni uno ni otro se engañaban. Ese país privilegiado era Judea, Oriente para los romanos y Occidente para los chinos. Los judíos tenían, en efecto, ciega confianza en la venida del Mesías, del Gran Libertador de Israel, tantas veces prometido á los patriarcas y anunciado por los profetas, y á cuyo dominio serían sometidas todas las naciones. Pero el Mesías había ya venido, el poderoso reino que había de sojuzgar todos los reinos de la tierra, acababa de ser establecido en la Iglesia de Cristo, cuyos generales, los doce apóstoles, se habían ya es- parcido por las diferentes regiones del mundo á fin de conquistarlas para Dios, y el generalísimo de ellos, Pedro, había ya est: 1blecido en Roma su cuartel ge- neral, desde donde dirigiría la gran empresa, apoyado no en la fuerza de la espada, como los Césares, sino en el infalible magisterio que Jesucristo le había otor- gado. ¿Mas quién es capaz de manifestar las dificulta- des que tuvo que vencer este último imperio para le- vantar sobre las ruinas de los otros cuatro su reinado de amor y de concordia ? La doctrina predicada por los apóstoles y las costumbres por ellos abrazadas eran diametralmente opuestas á las teorías y prácti-

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