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258 — ñar ritos y creencias que nosotros, como romanos, no podemos abrazar. » Los magistrados ordenaron que, después de azotarles, les custodiaran en un os. curo calabozo. Hacia la media noche, mientras Pa lo y Silas entonaban al Señor himnos de alabanza y agraderj. miento en presencia de los demás presos, una terrible sacudida hizo estremecer por sus cimientos aquel sombrío edificio ; las puertas se abrieron, y las cade- Pablo y Silas logran la conversión de su carcelero, nas que aprisionaban las manos y los pies de sus mo- radores, cayeron al suelo rota por mano invisible, Cre- yendo el carcelero que los presos se habían es vapado, iba ya á atravesarse, desesperado, con su espada, cuando le detuvo la voz de Pablo : « Detente, no te mates, aquí estamos todos. » El carcelero, trémulo y confuso, encendió una luz, y arrojándose á los pies de los siervos de Dios, exclamó : « ¿Qué debo hacer para salvarme ? » — « Si creéis, le contestaron, en el

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