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en Jerusalén contra los fieles, habían ido algunos de éstos á Antioquía, donde convirtieron á la fe de Cris- to gran número de judíos. Este número fué luego au- mentando rápidamente durante el ministerio de Ber. nabé y Saulo, desde cuyo tiempo comenzaron á lla. marse cristianos los que abrazaban la fe de Jesucris- to. A Antioquía, pues, le cabe la gloria de habernos legado este nombre. Desde esta ciudad dirigió Pedro el movimiento creciente de la fe, y fundó, según se cree, las primeras iglesias del Asia Menor. Herodes Agripa, rey de Judea, por captarse la benevolencia de los judíos, comenzó á perseguir á los cristianos. Hizo decapitar al apóstol Santiago, lle- gado de España, donde, según antiquísima tradición, había predicado el evangelio; y sabiendo que Pedro estaba de paso en Jerusalén, le hizo prender, y con- denóle á muerte, por congraciarse así con los enemi- gos de la Iglesia. Los fieles no cesaban entretanto de rogar á Dios por la libertad de su pastor supremo ; no fueron vanas sus súplicas, porque la noche precedente al día mismo señalado para la ejecución, apareció un ángel en el calabozo donde Pedro yacía dormido, y despertándole, dijo: «Levántate, Pedro, ponte las sandalias, arregla el manto y sígueme. » Pedro le se- guía por en medio de los guardias tan aturdido y ma- ravillado, que apenas se daba cuenta de lo que le pa- saba, y cuando se vió en lugar seguro, el celeste men- sajero desapareció. Entonces conoció el apóstol que el Señor había enviado á su ángel para sacarle de la cárcel, y dirigién- dose á casa de Marcos, donde estaban á la sazón oran- do muchos cristianos, llamó á la puerta. Una mu- chacha, llamada Rosa, disponíase á abrirla; pero co- mo reconociese la voz de Pedro, volvió apresurada- mente á la sala, anunciando con el acento entrecor- tado por el gozo que era el apóstol quien llamaba.

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