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seguidores de Jesucristo, á quienes buscaba en sus propias moradas y hasta en sus más íntimas reunio- nes para llevarlos á la cárcel. Esto dió motivo para que los fieles huyeran de Jerusalén, y se dispersaran or las regiones circunvecinas, anunciando en todas partes el evangelio de Cristo y conquistando para su causa muchos prosélitos. El diácono Felipe fué feliz en esta santa empresa, pues con su ardiente palabra y portentosas maravillas convirtió á la fe la ciudad de Samaria. Vivía á la sazón allí un famoso mago, llamado Simón, que, gracias á sus mágicas artes y astucia, los tenía á todos embaucados, y era considerado como alguna virtud de Dios bajada del cielo. También Simón se hizo bautizar de Felipe en unión de los de- más samaritanos, y al ver que los recién convertidos recibían el Espíritu Santo con sólo imponer Pedro y Juan sus manos sobre ellos, ofreció dinero á los dos apóstoles para que le comunicasen la misma potes- tad. Díjole Pedro: « Contigo sea tu dinero para tu perdición. Los dones de Dios no se compran con dine- ro. No mereces tú compartir con nosotros en este ministerio, porque no hay rectitud en tu corazón. » 61. Bautismo del tesorero de la reina de Etiopía. Por orden de un celeste mensajero marchó J“e- lipe á tomar el camino que conduce de Jerusalén á Gaza, el mismo que había tomado el tesorero de Can- dace, reina de los etíopes, de regreso para su tierra de donde había salido con objeto de adorar á Dios en el templo de aquella famosa capital. Iba leyendo el tesorero el pasaje del profeta Isaías : « Dejóse llevar al matadero con la docilidad y mansedumbre de una oveja ; y así como el cordero está sin balar entre las manos de los que le trasquilan, así no abrió la boca para quejarse. » Movido por divina inspiración, acer-

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