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246 — veniente, de este importante asunto á medida que se aumentaba el número de los fieles, resolvieron nom. brar siete diáconos, á cuyo cargo debía correr la ad. ministración de los bienes materiales de la Iglesia. Uno de .stos era Esteban, dotado de gran fortaleza, insigne obrador de milagros, ante cuya sabiduría y elocuencia no podían menos de rendirse sus adve-sa- rios más encarnizados, y cuya terrible dialéctica dejaba enmudecidos á los s:abios de la ley. Envidiosos los judíos de la fama y laureles me recidamente con- quistados porE steban, compraron unos testigos para que declarasen falsamente ante los tribunales haberle vído proferir blasfemias contra Dios y contra Moisés, Llevado ante el Sanhedrín, el s: into diác ono echó en cara á los judíos su incredulidad y terca resisten. cia á los impulsos de la gracia divina. « Vuestros pa- dres, les decía, persiguieron y dieron muerte á los profetas, anunciadores de la venida del Justo ; mas vosotros se la habéis dado al mismo Justo. » Diciendo lo cual, trasformóse su rostro como en el de un ángel del cielo, y exclamó con los ojos fijos en lo alto : « Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre, sentado á la diestra de Dios. » A tal afirmación, los circunstan- tes se taparon los oídos, cual si hubieran escuchado una blasfemia, y arrojándose furiosos sobre el diáco- no, le arrastraron fuera de la ciudad para apedrearle. Durante el martirio oyósele decir : « Señor mío Jesucristo, recibe mi espíritu. » — Y un poco antes di expirar : « Dios mío, no les hagas responsables «> este pecado. 60. Persecución en Jerusalén. Con la muerte del diácono Esteban comenzó en Jerusalén una violenta persecución contra la Iglesia. Un joven fariseo, llamado Saulo, originario de Tar- so de Cilicia, parecía el más solícito en perseguir á los

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