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— 20 — unas como lenguas de fuego, y llenos desde entonces del Espíritu Santo, comenzaron á hablar en distintos idiomas con maravillosa elocuencia. A la sazón había en la ciudad muchísimos ju- díos, llegados recientemente de diferentes países con motivo de la fiesta de Pentecostés ; y cuando oyeron aquel enorme estruendo, acudieron, asustados, al ce- náculo. Mas ¡cuál fué su asombro, al observar que cada uno entendía en su respectiva lengua lo que ha- blaban los apóstoles ! « ¿No son éstos de Galilea ? se preguntaban ; ¿pues cómo cada uno de nosotros les oye hablar en su propio idioma ? Las alabanzas que entonan á Dios, las entienden á la vez los partos, me- dos y elamitas, los habitantes de Mesopotamia, Pan- filia y Frigia, los egipcios, los asiáticos, árabes, ere- tenses y romanos. » Tomando Pedro la palabra, les habló en estos términos : « Varones israelitas, hoy tiene cumplimien- to la profe.ía de Joel : « Derramaré mi espíritu sobre toda carne, á fin de que vuestros hijos y vuestras hi- jas profeticen. » Porque lo que veis en nosotros, es obra del Espíritu Santo. ¿Os acordáis de Jesús de Nazaret, cuya misión divina fué probada y confir- mada con infinidad de milagros obrados por Dios en su favor ? Pues ese Jesús, á quien vosotros man- dasteis prender y clavasteis en la cruz, es el Cristo, que ha resucitado de entre los muertos. Nosotros mismos somos testigos de su resurrección. » Cuando acabó Pedro su discurso, muchos de los circunstantes se le acercaron para decirle, compun- gidos : « ¿Qué debemos hacer ?» — El apóstol con- testó : « Haced penitencia, y bautícese en el nombre de Jesucristo todo el que quiera obtener la remisión de sus pecados y los dones del Espíritu Santo » Cerca de tres mil personas abrazaron la doctrina de los a- póstoles y recibieron el bautismo.

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