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do E la punta de una caña una esponja empapada en vina. gre, se la acercó á los labios. Sabiendo Jesús que se había ya cumplido exactamente cuanto los profetas dijeron sobre su persona, exclamó : « Todo está con- sumado.» Por fin, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, dijo en alta voz : « Padre mío, en tus ma- nos encomiendo mi espíritu; » é, inclinando la cabe- za, expiró. En aquel mismo instante el velo del templo se rasgó de arriba abajo, el sol se oscureció, la tierra su- fría vaivenes terribles, abriéronse los peñascos, y re- sucitaron algunos muertos. A la vista de un espectá- culo tan imponente, el centurión y los soldados en- cargados de guardar á Jesús quedaron aterrorizados, y volvieron á la ciudad dándose golpes de pecho y diciendo : « Verdaderamente ese hombre era Hijo de Dios. » 47. Jesús sepultado. Disponía la ley que los cuerpos de los que morían en cruz, se quitaran del patíbulo antes de caer el día. En su cumplimiento los judíos regaron á Pilato que mandase quebrantar las piernas á los tres ajusticia- dos, á fin de dar sepultura á sus cadáveres. Quebrá- ronlas á los dos ladrones, pero no á Jesús, porque vie- ron que estaba muerto ; mas un soldado enristró su lanza, é hirióle en el costado, del que manó sangre y agua. Entretanto, el ilustre senador José, natural de Arimatea, consiguió de Pilato el cuerpo del Salva- dor. Fué. pues,en compañía de Nicodemo para bajarlo de la cruz, envolvióle en una rica sábana, derramó sobre él bálsamo escogido y perfumes preciosos, y lo depositó allí cerca en un sepulero nuevo abierto en la peña viva, cerrando luego la entrada con una gran piedra.
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