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Uno de los ladrones, recordando sin duda los pro- digios obrados por Jesús hasta aquella fecha, se mo- faba también de su desgracia, diciendo : «Si eres tú el Cristo, sálvate á ti propio, y sálvanos á nosotros. Mas el otro ladrón, iluminado repentinamente por la divina gracia, creyó en Jesucristo y le dirigió esta súplica : «¡Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu reino | » — Jesús respondió : « Te prometo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso. Las lágrimas de las hijas de Jerusalén ibanacom- Jesús muriendo en la cruz. pañadas por las que derramaba en el colmo de su do- lor la madre de Jesús, quien viéndola al lado del após- lol Juan, le dió este último encargo : « Mujer, he ahí ¿tu hijo. » — Luego dijo al apóstol : « Ahí tienes á tu madre. » Desde aquella hora María adoptó por hijos todos los hombres. Hacia la hora nona exclamó Jesús con la mayor angustia : « Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has ibandonado ? » Poco después se le oyó decir : « Ten- do sed.» Entonces uno de los soldados, poniendo en
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