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Tan atemorizado quedó Pedro con estas palabras, que prorrumpió en imprecaciones, y, á fuerza de ju- ramentos, pretendía convencerles de que no conocía á semejante hombre. En el mismo instante el gallo cantaba la segunda vez. Afortunadamente, pasaba entonces Jesús por alli cerca conducido por los soldados, y dirigiendo una mirada de tierna reconvención al cobarde apóstol, hízole comprender la enormidad de su pecado. Aver- gonzóse Pedro de su cobardía, salió fuera, y lloró a- margamente. 40. Desesperación de Judas. Viendo Judas que su Maestro iba á ser condena- do, no pudo ahogar el remordimiento de su concien- cia, y devolvió las treinta monedas á los príncipes de los sacerdotes, diciendo : « He pecado, entregando sangre inocente. » — « ¿Qué nos importa á nosotros ? le respondieron ; hubiéraslo visto antes. » Con esta desdeñosa contestación Judas acabó por desesperarse, y se ahorcó. 41. Jesús ante Pilato y Herodes. Los escribas y fariseos llevaron á Jesús, maniata- do, al tribunal del gobernador romano, con objeto de conseguir que fuera condenado al suplicio de la cruz. Invitados por Pilato para que concretasen los cargos de acusación contra Jesús, los judíos expusieron que se arrogaba el nombre de Cristo y de rey, prohibía pagar el tributo al César, y ocasionaba disturbios en los pueblos. Pero interrogando Pilato aparte al acu- sado, se convenció bien pronto de su inocencia y de que las acusaciones tenían su origen en la envidia y en el odio. Habiendo o do que era originario de Ga- lilea, dispuso que le ll. vasen á Herodes, tetrarca de aquella provincia.

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