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fué Jesús á ver á sus discípulos, y hallándolos dor- midos, dijo á Pedro : «Simón, ¿duermes ? ¿No ha- béis podido velar una hora conmigo ? Vigilad y orad, para que no entr is en tentación ; pues si el espíritu está pronto, la carne es flaca. » Dos veces más volvió Jesús á hacer la misma oración, y esta última vez fueron tales la aflicción y la congoja que se apoderaron de su alma, que la in- mensidad de la tristeza le produjo un extraño des Jesús orando en el huerto de Getsemaní. mayo y angustiosa agonía, obligando á la sangre, im- pulsada por la inquietud del espíritu, á salir gota á gota de todos los poros de su cuerpo. Habiendo escu- chado de labios de un ángel, enviado para consolarle, la voluntad de su Eterno Padre, dijo á sus discípu- los : « Ha llegado ya la hora en que el Hijo del hom- bre será entregado en manos de los pecadores. Le- vantaos, y vamos; está ya cerca el que viene á entre- garme. »

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