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— 208 — dijo Jesús. — Y Marta le dice: « Señor, hiede ya, pues hace cuatro días que está ahí. » — « ¿No te he dicho, mujer, repuso Jesús, que si creyeres, verás la gloria de Dios ? » Cuando separaron la losa, alzó Je- sús los ojos al cielo y exclamó en alta voz : « ¡Lázaro, sal fuera!» Y en el instante mismo, el que era muerto, salió del sepulero rebosando vida y salud. Muchos de los testigos de este milagro creyeron en la divi- nidad de Jesucristo, juzgando con razón que volver la vida 4 un cadáver, después de cuatro días de enterrado, es un hecho de tal naturaleza, que no puede verificarlo sino el autor mis- mo de las leyes de la vida y muerte de las criaturas. A los escribas y príncipes de los sacerdotes, ene- migos irreconciliables de Jesús, no sirvió este milagro sino para confirmarlos en su perversidad. Envidiosos de este nuevo y colosal triunfo obtenido por el Salva- dor, se reunieron con gran priesa en concilio, para de- liberar sobre la conducta que deberían observar con él, « ¿Qué haremos ? se decían ; ese hombre obra mu- chas maravillas; si le dejamos en paz, arrastrará á las gentes y logrará que todo el pueblo crea en él. » — Entonces exclamó Caifás, Sumo Pontífice : « Pre- ciso es que muera un hombre sólo en bien de la na- ción, para que no perezca el pueblo entero. » 29. Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Desde el día mismo en que los príncipes de los sa- cerdotes y los escribas determinaron dar muerte á Jesús, dejó éste de presentarse en público y se retiró con sus discípulos á la pequeña ciudad de Efrén, cer- ca del desierto. Pero algunos días antes de la pascua dirigióse, acompañado de los mismos, á Jerusalén, y en el camino iba refiriéndoles lo que alli había de sucederle, según lo habían anunciado los profetas. « Ver.is, les decía, escarnecido al Hijo del hombre por sus enemigos, quienes, después de escupirle en

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