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— 193 — contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser lla- mado hijo tuyo.» El padre, por toda contestación, mandó á los criados que lo vistieran con las prendas más preciosas y le pusieran un anillo en el dedo, con el ternero más cebado de su ganado preparasen un banquete, para celebrar la vuelta de su hijo. » Ofendido el hijo mayor de la afectuosa acogida que se hacía á su hermano, dijo al padre : « Padre mío, aún no me has regalado un cabrito para compartirlo alegremente con mis amigos, á pesar de que llevo tan- tos años sirviéndote, ¿y haces matar un ternero ce- bado en obsequio de ese disipador ? » — « Hijo mío, contestó su padre, tú estás constantemente á mi lado, y todo lo que yo tengo, tuyo es; pero hay ahora mo- tivo de regocijarnos y celebrar este banquete, pues- to que tu hermano era muerto,y ha resucitado; estaba perdido, y lo hemos hallado. » Nadie, por muy pecador que fuere, debe desconfiar de la misericordia de Dios, el cual se halla más dispuesto para per donar al hombre, que éste para desear el perdón. Ello, sin em bargo, no justifica la conducta de los que van dilatando su conversión para la hora de la muerte, confiados en la m seri cordia infinita de Dios; antes, por eso mismo son más culpa- bles, y merecen que Dios los abandone y les niegue la gracia del arrepentimiento en aquella temible hora. EL ACREEDOR DESPIADADO. — Cierto día, dijo Pedro á Jesús: «Maestro, ¿será bastante perdonar siete veces á mi ofensor ? » — Jesús contestó : « Debes perdonarle no sólo siete veces sino hasta setenta veces siete. » Para confirmación de esta doctrina refirió Jesús la parábola del acreedor despiadado : «El rei- no de los cielos, decía, puede compararse con un rey que pide cuenta á sus súbditos de las deudas contraí- das con él. Uno de ellos le debía diez mil talentos, y como no pudiera en modo alguno pagárselos, decretó el rey que fuese vendido como esclavo en unión de su mujer é hijos y toda su hacienda. Al escuchar tan 7 1005

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