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148 la misma entereza iban respondiendo sucesivamente otros tres Macabeos pare: idos á los primeros no tan. to en la sangre como en el amor á la ley de Dios y en la constancia en defenderla. Agriábase cada vez más el ánimo de Antíoco, á med da que se aumentaban sy confusión y vergiienza, al verse vencido por aquellos valientes, cuyo único temor era ofender á Dios, que- brantando sus preceptos. Quedaba todavía el más joven, niño de corta edad, á quien el tirano esperaba seducir por medio Martirio de los siete hermanos Macabeos de los más lisonjeros halagos y promesas ; mas como ni este ardid le salió á medida de sus deseos, apeló en- tonces á la ternura maternal, como al arma definitiva con que debía vencer la constancia de aquel tierno infante. Aparentando su madre que iba á obedecer á la indicación del tirano, acércase á su hijo, estré- chalo contra su corazón y, empleando los resortes más delicados del amor maternal, le dice : « Contempla, hijo mío, el cielo y la tierra y c anto en ellos se con- tiene, y observa que todo es obra del omnipotente

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