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- UD vorito del rey, estaba sumamente irritado contra Mardoqueo, porque no doblaba la rodilla ni le tribu taba especiales honores, cual si fuera un dios, al pre. sentarse en público. Su rencor no se limitó á la per. sona de Mardoqueo, alcanzó á todos los judíos resi. dentes en Persia, ignorando el desgraciado que su rej. na Ester pertenecía á la familia de Jacob. A fuerza de calumnias é imposturas persuadió al rey que no había en el mundo mayores enemigos de su persona que los hebreos, y Asuero, dócil á las insinuaciones de su perverso ministro, ordenó la matanza general de los judíos en un día señalado. Apresuróse Mardoqueo á participar á su sobrina tan atroz sentencia, rogándola encarecidamente que hablase al rey á fin de conjurar la tormenta que ame- nazaba á sus hermanos. « ¿Quién sabe, le decía, si Dios te encumbró á la dignidad de reina para que en esta angustiosa situación pusieras tu valimiento en favor nuestro ante el rey ?» Pero ¿cómo hablar al rey, si existía un decreto que prohibía bajo pena de muerte llegar á su presencia sin haber sido llamado? Sin embargo, accediendo Ester á las repetidas ins- tancias de su tío, y después de encomendarse muy de veras al Señor, introdújose, sin haber sido avisada, en la estancia donde Asuero solía recibir los homena- jes de la corte. En el primer momento, sorprendido Asuero con la inesperada presencia de su esposa, dirigióle una mirada de ira, y al notarlo, cayó Ester desmayada en brazos de sus camareras ; pero sintien- do luego el rey enternecerle el corazón, preguntóle con cariño cuál era su deseo. Ester le suplicó que tu- viera á bien asistir en compañía de Amán al banque- te que tenía preparado, y en el que pensaba hacerle la petición. El rey se lo prometió. No estaba Amán poco orgulloso de ser convidado á un banquete por la reina de Persia, si bien su gozo

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