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98. Daniel y el ídolo de Bel. Los babilonios daban culto á un ídolo, llamado Bel, al que ofrecían diariamente doce medidas de harina, cuarenta ovejas y seis ánforas de vino. El rey Evilmerodac, hijo de Nabucodonosor, iba en persona á visitarle en su templo todos los días, y como no- tase que Daniel no solía ir á adorarlo, le preguntó; « ¿Por qué no vas á adorar á Bel ? » El profeta res- pondió : « Porque yo no adoro sino al Dios vivo, crea- dor de los cielos y de la tierra. » « ¿Pues qué, replicó el rey, no será Bel por ventura un dios vivo, si come y bebe cada día? » A lo que contestó Daniel sonrien- do: «No vivas engañado, oh rey, porque siendo de barro por dentro, y por fuera de bronce, no puede comer. » Montó el rey en cólera, é intimó á los sacer- dotes que le declarasen quién se comía las ofrendas de Bel. Eran los sacerdotes setenta, y propusieron al rey que, después de ofrecer al ídolo los alimentos acostumbrados, salieran todos del templo, cerrando luego sus puertas y sellándolas con el sello real, para que sus mismos ojos fueran testigos á la mañana si: guiente de la falsedad de las palabras del profeta, Una vez salidos del templo los sacerdotes, mandó Daniel esparcir ceniza por todo el pavimento en pre- sencia de Evilmerodac. A la madrugada siguiente, el rey volvió con Da- niel ; los sellos permanecían intactos ; entró en el tem- plo y, dirigiendo una mirada al altar, exclamó en alta voz : «¡Grande eres, oh Bel, y no hay engaño al- guno en tu templo ! » Sonrióse Daniel, y primero que el rey pasara adelante, le dijo : « Mira el pavimento, y observa las señales que hay en la ceniza. » « Veo, dijo el rey, pisadas de hombres, de mujeres y de ni- ños. »

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