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virtió en un vasto desierto la ciudad más bella y flo- reciente. A Sedecías, después de sacarle los ojos, lo llevaron cautivo á Babilonia. Jeremías logró salvar del incendio del Pemplo el Arca Santa ; y escribiendo sus inmortales Lamen- taciones, decía entre otras cosas : « ¿Cómo está ahora solitaria la ciudad antes tan henchida de gente ? Ha quedado como viuda la se- ñora de las naciones ; la princesa de las provincias ha sido hecha tributaria. Día y noche las lágrimas co- rren hilo á hilo de sus mejillas ; no hay quien pueda consolarla en su aflicción. Los caminos de Sión están de luto, porque nadie va á celebrar las solemnidades ; sus puertas están destruídas ; sus sacerdotes gimen ; llenas están de aflicción sus doncellas. - Jeremías per- maneció algún tiempo en Judea; pero después de la muerte de Godalías, gobernador asirio, marchó á Egipto, acompañado de otros muchos judíos. 93. Daniel y sus tres compañeros. Muchos de los judíos llevados cautivos á Babi- lonia por Nabucodonosor, pertenecían á familias nobles y distinguidas de Judá, entre los cuales se con- taban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, descendien- tes todos de la sangre real de David. A éstos hizo Na- bucodonosor educarlos en su palacio, alimentándolos con manjares exquisitos y sanos, con intención de agregarlos á su servidumbre. Como el mayordomo, a cuyo cargo estaba el cuidado de los cuatro jóvenes, les ofrecía á veces manjares prohibidos por la ley, le suplicaron que les diera solamente legumbres y agua. No se atrevió el mayordomo á acceder á sus deseos por temor á las órdenes del rey, el cual se disgustara muy mucho si, por falta de alimentación debida. se adelgazasen los cuerpos de los hebreos; pero vencido al fín por los ruegos insistentes de tan amables jóve-

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