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109 Cuando le llegó su turno, erigió el profeta un al | tar, arregló encima la leña, y partiendo en trozos un toro, los colocó sobre ella; llenó además de agua la zanja que hizo abrir en derredor del altar, y postrado luego en tierra, exclamó con grande fé: «¡Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob ! Manifiesta ahora el esplendor de tu omnipotencia, para que te reconozcan y adoren como al único Dios del univer- so.» En el mismo momento, fuego bajado del cielo consumió el altar, la víctima y las piedras, y hasta 1 secó el agua de la zanja. A vista de este prodigio, ala- ' baron todos al Señor, despreciaron los ídolos y pa- saron á cuchillo á sus malvados sacerdotes. El cielo estaba sereno; pero, antes de llegar la noche, cayó, | á ruegos del profeta, una lluvia copiosísima sobre los áridos campos de Israel,

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