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96 que ni siquiera sabéis dónde están la lanza y el botijo de agua de vuestro Señor.» A sus voces despertó Saúl diciendo : « ¿No es ésta la voz de David ? » «Sí, rey mío, yo soy ; contestó David. ¿Qué maldad he co- metido dt que me persigas con tanta tenacidad ?, reconociendo Saúl que debía la vida á la generosidad de David, desistió de perseguirle, y tomó la vuelta de su palacio. También David se retiró con sus sol. dados, no sin clavar primero en el suelo la-lanza del rey para que la recogiera su dueño. 68. Muerte de Saúl y de Jonatás. Transcurrido algún tiempo, los filisteos penetra: ron en son de guerra en tierra de hebreos, y no encon. trando apenas resistencia en las tribus, justamente irritadas por la conducta de Saúl, avanzaron con facilidad hasta la llanura de Jezrael. El valeroso Saúl salió á su encuentro, y acampó con su ejército en Gélboe; pero espant: ado del gran número de los enemigos, fué á consultar á la pitonisa de Endor sobre el partido que debería tomar. Al punto apareció la sombra del profeta Samuel como el rey lo había pedido, y dijo á Saúl : «El Señor te quitará el reino para dárselo á otro; el campo de Israel caerá en po- der de los filisteos, y tú y tus hijos estaréis mañana mismo en mi compañía. » En efecto, al día siguiente se empeñó el combate con gran encarnizamiento por ambos lados ; todo el ímpetu de los filisteos se ende: rezaba al sitio donde peleaba Saúl, quien, habiendo sido por fin herido gravemente por una flecha, y te miendo caer prisionero de tan aborrecibles enemigos, atravesó el cuerpo con su espada. Habiendo llega- de á oídos de David la muerte de Saúl y el desastre de Israel, vistió luto en señal de duelo, y lloró amar: gamente á Saúl y á su amigo Jonatás, que había perecido también en la batalla.
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