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¢ ee Pi i ee ; la muerte de Ja revolucion; el, dejar sin castigo el atentado, es abrir la fosa para su propio trono, aun- que parezca que esti colocado sobre nubes. ;Ay de los reyes si no se apresuran 4 restablecer el imperio de la Jey! Hemos visto que muchos Papas han teni- do que huir de Roma, para sustraerse de los perse- guidores, y todos han vuelto 4 su trono. Estamos vien- do, mucho tiempo ha, que muchos soberanos han da- do un salto desde sus alcazares al destierro en suelo extraho, y ninguno vuelve. Téngase esta leccion en la memoria. La paz del mundo, volvemos a decir, esta muy comprometida: no son tan solo los emperadores, los reyes, y los principes, los que han arrojado sus cetros | ante el sepulero del principe de los Apdstoles; tam- bien se han desnudado alli de sus espadas los gene- rales bizarros, de sus togas y lauros los sébios mas eminentes, y de sus mismos corazones los hijos de la Iglesia catélica, consagrandose todos 4 la defensa de Pedro, y entregandole alma, vida y corazon, jCuida- do, cuidado, rectores de los pueblos! Un santo ardor empieza 4 inflamar los corazones de doscientos mi- llones de catélicos. Los ancianos y los jévenes levan- tan su voz, protestando contra el atentado: advertid, que la mujer tambien toma ya parte en esa empresa; lo que es un signo presagio de grandes acontecimien- tos. Un nombre vetusto empieza 4 venir 4 la mente de los catélicos: este nombre es Omar, nombre que recuerda la profanacion del sepulcro santisimo que existe en Ja antigua Jerusalen, y una era herdica del pueblo cristiano, que se levanté en masa para ir 4 los ‘campos de la Palestina, y librar el lugar santo de las huellas del agareno. La nueva Jerusalen, repetimos,
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