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un rey rodeado de consejeros sin fe, sin piedad, y sin amor de Ja justicia, decaiga de su bondad primera, se yvuelvya lo que son sus consejeros, y se entregue a todo lo malo, aunque vaya enello la pérdida de su vida y de su reino. Siempre hemos creido que un rey para ser grande y pio, tiene mas necesidad de la rec- titud de corazon, que de la sabiduria en el entendi- miento, pues los consejeros suplen esta, y no aque- lla; pero, si en estos no hay rectitud de corazon, ni amor de la verdad, por recto que sea . el corazon del rey, al fin se extravia. Es esta materia demasiado delicada, para que ha- blemos de ella por autoridad propia, pues aunque tengamos nuestras convicciones, no nos fiamos de nuestrd juicio; pero damos gracias 4 Dios, al ver que encoptramos consignado en los libros santos lo que hemos dicho. Dicenos el Espiritu Santo, que la cien- cia del sibio abundard como una inundacion, y que su con- sejo permanece como fueste de vida; (1) y ademas nos" asegura, que asi como un emparriliado de madera bien enlazada no se mueve jamds del cimiento de un edifcio, tambien el corazon se confirma ea los pensamientos del con- sejo. (2) Asi mismo nos dice el Espiritu Santo, que la miserscordia y la verdad quardan al rey, (3) que es pro- pio de su gloria el examinar ¢ thvestigar los negocios, (4) y que basta que haya sinceridad y justicia en el rey, para que su trono se consolide. (5) No lo dude nadie: los buenos conscjeros son, para los Res los (1) Keeli., cap. XXI, v. 46. (2) Tbid., cap. XXU, v. 19. (3) Proy., cap. XX, v. 28. (4) Ibid., cap. XXV, v. 2. (5) Ibid., v. 5 Ss at aneitaieiconeseiae a
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