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I i § 3il dro, a quedarse sin su corbo pico ysin sus unas de acero en los campos de Sedan. Nadie tachara esta argumentacion de sofistica; pues, despues del bom- bardeo de Roma,-y de una invasion de sesenta mil italianos contra el patrimonio de San Pedro; despues de lo que dijo el rey de Cerdefa en el Quirinal el treinta y uno de Diciembre sobre sus ardientes y an- tiguas aspiraciones de apoderarse de Roma; y des- pues de las congratulaciones del prisionero de Wil- helmshohe por haberlo conseguido, no se puede du- dar de la duplicicad de los convenios, y de la trama encerrada en las operaciones con que han entreteni- do al mundo. No es la dialéctica del observador la que habla: hablan los mismos actores del gran drama. Otros ademas han corroborado la verdad de lo que decimos; y son esos adalides de la revolucion, que por medio de la prensa libre dicen cuanto quie- reu, y cuando ménos se percatan los mismos que les dan esa ancha licencia, publican sus manejos ocul- © tos; sobre todo cuando llega un dia de gloria revolu- cionaria, por haber derrocado un trono, 6 abatido una bandera ilustre, emblema de orden y de justicia. Demos por hipétesis que los altos contratantes en- tendiesen por fuerzas exteriores las que viniesen 4 atacar los dominios del Papa: demos tambien por cierto, que tuviese sentido genuino la frase que dice, que la Itatia no reclamarda directa 6 indirectamente con- tra la oryanisacion del ejército pontificio, aun en el caso ile que dicho ejército se componga exclusivamente de cati- licos extranjeros. En este caso, preguntamos: jno ha- bia una reticencia oculta en esta ultima frase? ;No habia Ia de no impedir la formacion de ese ejército, pero con la idea preconcebida de atacarlo y destruir-

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