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299 ni nadie en su presencia, pues lo cobija la égida de la ley: quedan asentados los deberes de los magis- — trados en el modo de administrar justicia, no obede- ciendo jamis 4 tumultos de pasiones, ni 4 presiones externas: queda, por fin, establecido el honor de las potestades, que no han de tener mis regla de accion que la verdad y la justicia, y no han de permitir que un hecho criminal pueda llamarse principio de dere- cho publico y de gentes. Esta, y no otra, es la ver- dadera igualdad de todos los hombres ante la ley; y Ja observancia de estos principios es lo que engendra la fuerza moral en la sociedad, con cuya suavisima é invictisima influencia se acometen las empresas jus- tas, se forman tratados leales, se establecen conve- nios sinceros, se fortifican los pueblos, y se enrique. cen, y reina la paz en el mundo. . gDénde esti pues la fuerza moral, que intenta la revolucion producir por el respeto 4 los hechos con- sumados? La razon natural del hombre, la conciencia de todos los pueblos, el buen sentido comun, el sen- tido intimo de cada individuo del linaje humano la rechazan y la reprueban. Con fuerza mayor todavia la repele el derecho divino, que condena todos los he- chos que son contra la ley eterna, delante de la cual no son sino una criminalidad todas las empresas y todos sus actos, contrarios 4 la justicia y el derecho. En esa ley existe el modelo de las acciones de los hom- bres: las que no se conforman con él, no tienen mis ser que el negativo, y por tanto jamas puede llegar la negacion, aunque fuera infinita, 4 producir una realidad, pequefia siquiera como un grano de arena. Para concluir esta materia, diremos cuatro pala- bras sobre ese ultimo arbitrio, de que suelen echar 20
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