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robles: pero vayanse las fibulas de cosas que no han existido, 4 los ya carcomidos pergaminos de la vetns- ta mitologia, y digamos con tanta verdad como clari- dad y franqueza, que ni las tribus salvajes de lo mis interior del Africa aceptarian ese nuevo derecho, jcudnto ménos debe aceptarlo la sociedad ensefada por Jesucristo? Dista, en efecto, de esta la doctrina del Maiedtis celestial, mas que los cielos de la tierra. Para pro- barlo, no transcribirémos los preceptos, tan religio- sos como sociales, que ‘el Salvador nos dié en los tres aios de su predicacion; y solo referirémos las pala- bras que pronuncié en el curso de su pasion, en me- dio de la cual did 4 sus enemigos, y en ellos al ‘Tinaje humano, las lecciones mis elocuentes de derecho pt- blico. La primera fué en el huerto de Getsemani, di- rigiéndola en primer lugar al mas herdico de sus ami- gos, y en segufido, 4 sus enemigos. El intrépido Pe- dro, al ver Ja osadia de los ministros que arremetie- ron 4 su Maestro, eché mano’ una espada que Neva- ba al cinto, y empezd 4 cargar sobre ellos tajos y - mandobles, que hubieran sido sin fin, si Aquel no se lo hubiese prohibido. Vuelve, le dijo, la espnda a la vaina, pues totlos los que tomaren espada, & espata han de perecer. (1) ;Cuil era entonces la situacion de Pedro? Se hallaba en frente de los principes de los sacerdo- tes, de los magistrados del templo, de los ancianos del senado de Jerusalen, y ademis de una cohorte de soldados, que escoltaban 4 la autoridad. Eran todos unos malyados, los que ejercian antoridad, y los que ejecutaban sus drdenes; pero, eso no obstante, Jesu- (1). Mat., cap. XXVI, v. 52. 5 ‘a #

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