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gan, apénas oye que todos somos igaales, discurre en su ignorancia con tintes de ilustracion, y dice: pues entonces, yo soy igual al rey, soy tanto como el al- calde, y no soy ménos que el.corregidor; siguiéndose di este discurso el desprecio de la autoridad, Ja idea ya concebida de no obedecerla, y otra que s¢ asoma- ~ xi mas tarde, de levantarse contra ella, si le manda lo que no le agradare cumplir.. _ Saldriamos de nuestro objeto, si quisiésemos con- tinuar en esta demostracion: basta lo dicho, para que se comprenda que las armas de que se yalen los re- - yolucionarios, para derribar las instituciones mis ve- nerables, son todas traidoras; por ser parecidas 4 las flechas impereeptibles que arrojan los salvajes, las cuales causan muerte instantanea al que hieren, por ~ Hevar la punta mojada en tosigo mortifero. Nos con- ‘traerémos tan solo al asunto de que tratamos, y dire- mos, por haber sido testigo ocular, que la revolucion ha empleado estos medios para corromper al pueblo sencillo de los Estados Pontificios, y apartarlo de la sumision y obediencia que profesaban4 Ja soberania ‘sagrada del Vicario de Cristo. Este pueblo, tan sen- cillo como lo son en general los demis de la tierra, se vid inundado de emisarios, semejantes 4 aquellos de quienes dice el Espiritu Santo, que vendieron sus almas para hacer el mal; (1). oy razonamientos tan concisos como los proverbios, pero llenos de malig- , - nidad;y asintid 4 esos, al parecer, alhagiienos. dis- cursos, pero tan prenados de rebelion, como lo esta una nube tenebrosa de verano, de rayos y centellas. Ora se les ensehaba una doctrina de fe divina, dicién- are ll a Be ine oo (1) I, Mae., cap. I, v. 16.

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