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dos en la felicidad publica. ;Pobre pueblo! Feliz es su ignorancia, como es feliz la casta doncella que tie- ne un corazon precioso como el oro, sin haber vaga- do por él una sola sombra de halitos pestilentes, y sin que haya asomado todavia en ella la mas lijera idea de corrupcion; porque hay ciertas ignorancias, que -hacen feliz al hombre para toda la vida. {Pobre pue- __ blo, repetimos! Aquel no saber, que labra la felici- dad individual quiza por’ cien aos de peregrinacion terrestre, se pierde en un instante por aprenderse cosas, que estaban encubiertas tras de un velo tupi- do, que una mano audiz ha levantado; pero el velo tupido que venda los ojos del pueblo, para que no vea ciertas cosas que por su naturaleza son altas y pro- fundas, nadie se lo ha de quitar jamas;pues aun los sdbios necesitan estudios muy largos y extensos pa- ra poderlas saber, puede decirse 4 medias. El pueblo siempre es pueblo, cuyas ideas no pueden pulimen- tarse, sino en muy corta esfera; la cual se reduce cosas muy materiales, 4 fin de que se grangee un bienestar temporal en el trabajo, para el cual nacié el hombre como nace el ave para volar. (1) Querer que el pueblo tenga ciencia de cosas altas, es querer un imposible; y empefarse en darle una tintura de ellas, cuando no puede llegar jamais 4 comprender su sentido, ni penetrar en lo hondo de sus muchas significaciones, es querer arruinarlo, quitandole la felicidad innata 4 ciertas ignorancias; y conducirle 4 un laberinto, al laberinto de penas y dolores que tie- ne el hombre que posee alguna ciencia; pues como (1) Jo., cap. V, v. 7. semejantes oradores son los hombres ntis interesa-— ok SORE aaa A a ti 3

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