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’ 224 tan solo porque lo hacia asi su sefior, y por no des- - agradarle. Apelamos 4 Cicerén, que de si mismo con- fiesa que tambien lo hacia asi. ¥ esta es Ja causa de la distancia inmensurable que hay entre las monarquias fundadas por la pura ciencia carnal, y aquellas que se han levantado 4 fa- vor. de las doctrinas de la Iglesia. En aquellas no co- nocian Jos hombres su propia dignidad; el princi- pe era un sér degradado en su orgullo, y los vasa- llos otros tantos séres degradados y envilecidos en su estipida esclavitud. Habia filésofos que trataban del poder del monarca; pero no era mis que para co- Jocar 4 estos en el nimero de los dioses mitolégicos, célebres todos por sus tiranias y violencias, nin- guno por una simple virtud, siquiera filosdlica. Ha- bia tribunos y oradores que dirigian la palabra 4 los pueblos; pero era para precipitarlos en dos extremos, ora ensefandoles 4 postrarse en tierra cuando pasa- ba su emperador, reconociendo en él un nuevo dios, ora encendiéndolos en iras contra el mismo, para que entrasen, cuchilla en mano, en su alcazar, y lo arro- jasen por un despefiadero a una cloaca. La Iglesia no obra asi; respeta en el monarca al ministro de Dios; pero no le permite asumir cargos que Dios no le da; ensefidndole 4 conservarse ensu puesto, que es el de procurar el bien temporal de su pueblo: rindele los honores debidos 4 su elevacion; pero no quema ja- mas en su presencia un grano del incienso, que solo se ofrece al Altisimo. Y lo mismo respectivamente hace ‘con el pueblo: le ensena cudl es la dignidad na- tural del hombre, y cules sus verdaderos derechos, asi como sus deberes; pero al decirle que Cristo le ha dado Ja libertad y la gloria de los hijos adoptivos de

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