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220 gelio.» (1) Asise forman las unidades imponentes en las naciones, y asi se consolidan los imperios; sien- do humildes lcs que mandan, para no sacudir el yu- go de la ley natural y divina que les impone el deber junto con el derecho, el deber de no mandar sino lo. que es justo y acepto 4 los ojos divinos; y siendo tam- | bien humildes, mansos, y pacilicos los que obedecen, considerando en quien ejerce la autoridad al minis- | tro de Dios en el drden de las cosas temporales. Pero no hay que equivocarse: el sacerdocio ca- télico tiene una mision recibida de Dios, la de pre- dicar las doctrinas de su Maestro; y entre los mu- chos miembros de este gremio sagrado de la socie- : dad, hay algunos que han sido puestos por el Espiri- tu Santo, para gobernar Ja Iglesia adquirida con la sangre de Cristo; sobresaliendo entre ellos por su po- testad universal aquel, 4 quien la voz misma de Dios le manda conservar su doctrina intacta ¢ incorrupta, y enseiiarla 4 todos hasta el fin del mundo. Se vé por Jo tanto, que hay un imperio sacerdotal en la socie- dad humana, que reside eu el primer Gerarea; quien . llama 4 tomar parte en su solicitud pastoral 4 todos | los sucesores de los Apostoles, y estos ensus respecti-+ vas regiones 4 los sacerdotes que viven bajo su inme- diata jurisdiccion. Hay, pues, necesidad indispen- sable de que en tode imperio, sea sacerdotal, sea mundanal, tenga quien lo ejerce una humildad con que se sujete 4 Dios, una humildad con que se crea siervo de todos, y una humildad, por fin, que sea tan is noble cuanto es santa; no descendiendo del puesto en que Dios lo ha colocado, con envilecimiento del de- pose al eee ae it di h iad aaeaae eioes /5) i Sl en (1) Ad Mareiam. August., Epist. 89,

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