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218 quezas; toma parle en nuestra suerle y sea comun entre nosotros el ajuar; no le juntes con ellos, hijo mio; mira que esos hombres corren al mal, y no hacen mds que inven- tar fréudes contra sus propias almas. (1) Ah! El dere- cho de la fuerza, el de la rebelion conjurada, el de la traicion 4 la autoridad, es el derecho de Cain, el de Absaldén, el de Achitofel, condenados todos por sen-- tencia expresa de Dios. Y estos sen los principios ipvariables y eternos que profesa la Iglesia catélica; los que predican sus ministros; y cuya rigorosa observancia constituye al hombre emineutemente politico, y dé estabilidad 4 los gobiernos, proporcionando paz y ventura 4 los pueblos. Y no hay que olvidarse de esta doctrina: cuanto'mis entre la religion en ayuda de las sobera- nias, y cuanto mayor influencia ejerza en los pode- res y en los pueblos, tanto mayores valladares tienen unos y otros; aquellos para no decaer por debilidad, ni exponerse 4 una ruina por pasar de la justicia y recta severidad al despotismo; y estos para no verse envucltos en los horrores de las guerras 6 de la anar- quia. Oigase al gran Padre San Leon cémo trata es- ta materia, al rechazar la calumnia de los fariseos contra Cristo, de quien tuvieron la osadia de afirmar, que andaba sublevando los pueblos; (2) echando en cara al presidente romano su enemistad con el Cé- sar, sino lo condenaba 4 muerte como 4 sedicioso. (3) «Hé ahi, dice el santo Doctor, que los fariseos no en- contrando crimen alguno, de qué acusar 4 Jesis, in-— (1) Prov., cap. T, vv. 40,18, (2) Lue., cap, XXIMM, v. 5. (3) Jo.; cap; XIX, v. 42.

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