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lo que Dios dispone; y si lo hacian, él no estaba obli- gado 4 obedecerlas. (1) El mismo Apdstol es quien ensefia 4 los fieles que obedezcan 4 los principes, aunque sean discolos, en cuanto les manden, y no sea contra el honor de Dios; (2) y otro tanto prescri- be San Pablo, al encargar al Obispo de Efeso, que se dirijan & Dios oraciones y preces por los reyes y cuantos ocupan una eminencia de autoridad, para que to- dos llevemos una vida quieta y — en toda piedad y castidad. (3) Estos son los principios invariables que ha profe- | sado la Iglesia, tocante al respeto hacia las sobera- nias; los mismos que profesara hasta el fin del mun- | do. Es ella una gran reina bajada del cielo, llevando en su corazon el amor, y en sus manos’el eédigo que contiene las leyes de justicia y equidad, con que de- ben ser gobernados los hombres. A do quiera que se presenta esta princesa nobilisima, acata cl poder mun- dano que encuentra establecido; se interesa en su posesion pacifica y legitima; y encarga 4 sus hijos, que le rindan homenaje, y obedezcan 4 su autoridad. Pero si encuentra leyes que contradigan al honor del Altisimo que es su Padre; las lleva reprobadas en su codigo, escrito por la mano misma de Dios; no ha- biendo potestad ni fuerza humana, que pueda obli- garla 4 su observancia. Por eso tiene laTglesia tan- tos millones de Martires gloriosos. Eran estos, ora senadores de Roma, cénsules 6 prefectos del impe- rio, oracaballeros y pajes de los mismos Césares, ora (1) Act., cap. TV, v. 20, (2) 1. Pet., cap. Il, v. 18. (3) 1. Tim., cap. II, v. 12, & we ee oe “i ea astm GD ands
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