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204 del hombre del santuario; como si todos los que se_ dedican 4 dispensar la ensefanza espiritual y las cosas sagradas, hubieran de ser hombres ensimismados, entregados 4a una misantropia perpétua; como si de- biendo estar en medio de la sociedad, no tuvieran sen- tidos corporales, y una alma sensible 4 los males de sus semejantes, ni viesen las calamidades publicas que ocasiona una politica contraria al Evangelio, ni oyesen las predicaciones anti-sociales que salen 4 bor- botones, por de gracia, de los labios de los malos, y aun de aquellos que, apellidindose amigos del érden y conservadores de las buenas doctrinas, preparan sordamente y por medio de actos que tienen mas de hipdcritas que de religiosos y arreglados 4 justicia, las revoluciones radicales que todos vemos y lamen- tamos. - f Para apoyar esa pretension tan eeaiita, dyese- les alirmar, como si fuera una verdad revelada, que Jesucristo lo dispuso asi, cuando dijo que su reino no era de este mundo. (1) Digamos de paso que ni los revolucionarios, ni los sabios carnales entienden esas palabras sublimisimas de Jesucristo, en las cua- les esta encerrado el gran misterio de su generacion eterna y de los derechos que él tiene, no como los que vemos concretados en este mundo a personas que pasan como el vaporcillo del agua caliente, sino ori- -ginarios de otro mundo mejor y del Sér infinito; por que su Padre lo engendra consustancial é igual 4 si mismo en su naturaleza divina, y desde la misma eternidad lo declaraba rey de paz, y Pontifice eterno, en la humana que habia de tomar, en la cual era y es (1) Jo., eap. XVII, y. 86, nasil ee

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