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195 va luz, adquirir nueva autoridad.» (1) Apénas puede concluirse esta relacion, sin que el alma se cubra de luto. Hemos dicho antes que esta revolucion es en su esencia de la misma naturaleza que otras que la han precedido contra la Iglesia y su cabeza visible; pero debemos ahadir, que, en su conjunto y en cuanto al modo, se distingue de todas por su arrogancia y altivéz y por sus barbaras irrupciones, mas barbaras por efecto de una ilustracion depravada, que las de los barbaros que carecian de ella; pues sabemos que * Atila se postré ante el Sumo, Pontifice, y Genserico q escuché sus ruegos. Parece que la revolucion actual es una-especie de fuego voledinico que, contenido muchos aiios por inmensa mole, abre al fin una bo- ca horrenda, por donde brotan torrentes de lava que destruyen en pocas horas ciudades y campinas, y lo asolan todo. En verdad: el sarcasmo del vencedor so- bre el vencido es el mayor envilecimiento de las ar- mas: solo el tigre se relame con ojos chispeantes y rugidos de deleite sobre su presa; pero en la consu- macion de una empresa satanica, asi es como se can- ta el himno de Ja victoria. Mejor es trasladarse al campo de la sinceridad y de Ja pureza de Ja doctrina: para consuelo del cora- zon oprimido con la balumba de tanta hipoeresia, y de tanto perjurio, conviene elevar las miradas al Vi- cario de Cristo, al Martir del Vaticano. Oiganse sus respuestas 4 Jas tltimas interpelaciones de la revolu- : cion; pues dan nuevo temple al alma, ¢ imprimen ter- ror al impio. «Tiempo es ya, le ha dicho la impiedad, que entreis en pactos con nosotros: ya nadie os libra- (1) Gaz. del Pop., 29 Sett., n, 8, p. 29, ¢. 3.

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