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2 madre han peleado contra mi. (A) Toda la hermosura de esta hija del rey’es interior, como dice el Profeta; (2) y esa es precisamente la que tiene enamorado 4 su Esposo; y no consiste esta belleza encantadora mis que en la caridad y demis virtudes, que ejercita y posee en grado herédico. Esta es la dote, y estas las galas de la Iglesia catélica; pero en lo exterior es otra cosa: los ardores de las persecuciones la dain un as- pecto sombrio al parecer, causandola momentos de amargura y de pena mas acerba las guerras que la suscitan sus propios hijos. Esta es, dice el Doctor San Bernardo, (3) la hermosura y la negrura de la Igle- sia, que la han de acompaiiar mientras viva en este mundo, combatiendo siempre por el honor de su Es- poso. Y guardan una conformidad tan admirable las profecias sobre esto y los acontecimientos humanos, que si no hubiera otros mil argumentos para probar, a priori, la divinidad de la Iglesia catélica, solo este bastaria; porque desde que existe, se ha notado y se vera siempre, que solo ella ha sido perseguida; y mientras las innumerables sectas de perdicion se to- leran unas 4 otras, ninguna tolera 4 la Iglesia catoli- ca, y con una concordia siempre uniforme, todas de jan 4 un lado sus rencillas al tratarse de hacerla la guerra, y fraternizan y se unen para asestarla sus ti- ros, y derribarla, si pudieran, al darla el ataque. Pero hay en las palabras proféticas que hemos referido, una frase desconsoladora, y es la que se con- trae 4 la guerra, que los mismos hijos de esa Iglesia (1) Cant. cap. I, wy. 4, 5. (2). Ps. XLIV, v. 44. (3) In Cantic, cap. T.

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