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al QQ TERCERA PARTE. Su confianza en la Divina Providencia. Los palacios se arruinan, las ciudades se destruyen, los ba- luartes y las murallas se desploman; todo se acaba, todo camina á su ruina. En esto vienen á parar los grandes proyectos de los hombres, su riqueza, su opulencia, su vanidad. ¿Adónde está Esparta la guerrera, Babilonia la rica, Athenas la sábia? Todo ha desaparecido, todo se ha acabado, todo ha concluido: nada ha llegado á nosotros de la dominacion romana, ni de sus glo- riosos triunfos; nada de la severidad de los espartanos; nada de la sabiduría de los griegos. Como el humo cuando se levanta por los aires, que al desvanecerse no deja señal alguna de su opa- cidad y corpulencia, así esos colosos de orgullo humano. No su- cede esto con lo que Dios edifica: lo que su mano poderosa planta nadie lo destruye; lo que él establece nadie lo derriba; lo que Dios hace no desbarata el hombre, y lo que él inspira siempre subsiste, Si el hombre está de acuerdo con su Criador en la ejecucion de sus planes, si sus hijos no se separan de las mismas idéas, estarán perpétuamente bajo su soberana proteccion. Las cosas que son de Dios llevan siempre consigo el carácter de la virtud y eternidad de Dios. Importa poco que no estén apoyadas sobre aquellas bases al parecer indispen- sables Sobre que estriban las instituciones todas: í: ¡porta poto que no puedan contar los que las tienen á su cargo con el oro precioso, con la plata, con las posesi mes ó las fincas: Dios será toda su riqueza, y como dueño del Orbe y Cuanto en él se encierra, hará que áun los más ambiciosos se hagan sus tributarios. Esta verdad se hallaba tan afiemad rel co- razon de la Madre Isabel, e era tal su hanza en la divina Providencia, que se puede llamar su corazon por esta parte inmenso y de extension áun más prodigiosa que las arenas es. parcidas en las playas de los mares. Dedit ei Dominus....
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