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— 19 — nican sobre lo caduco y terreno, y la hacen en cierto modo celestial y divina. ¡Oh! Muy grande es preciso fuese el cora- zon de la Madre Isabel para poder recibir dentro de su eslera tanta multitud de regalos, tanta misericordia, tanta santidad. Dedit (ei) Dominus..... Pero no lo fué ménos para que pu- diese participar del poder de Dios en la fundacion de esta Casa. SEGUNDA PARTE. Fortaleza de espíritu. El hombre por sí mismo nada puede, es la misma debi: lidad, la miseria. misma. El Espíritu Santo lo compara al he- no de los prados, que aparece lozano por la mañana, al me- dio dia se marchita, y á la noche yá está seco y para nada sirve (1). Lo compara tambien al humo, que apénas aparece se disipa en medio de los aires (2). Su felicidad, por grande que sea, es semejante á la sombra, que nada tiene de sus2 tancia, y su duracion se parece á la huella que deja tras de si en la arena, el que corre ó vá de posta (3). Se compara tambien al navío enmedio de los mares que, surcando las ondas, no deja señal alguna de su rumbo (4). Sus fuerzas para hacer algo meritorio en la vida eterna, son por sí mismas las de un niño de un día de nacido. Sus talentos están cerca- dos de más tinieblas, que las del infeliz ciego privado de la vista corporal. Si quiere por sí mismo valerse, á cada paso se espondrá á un precipicio, á una ruina y tal vez á una des- gracia inevitable. Si él ha de hacer alguna obra que verda- deramente pueda extraerlo de su bajeza, que lo ilustre y lo e et 1) Ps. 36., v. 9, (2) Tbid. 101., v. 4. (3) Job. e. 8., v. 9. (4 Ibid. €. 9., v. 95
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