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7 e dificultad en llegar á ser el objeto de las públicas execracio= ciones, y verse entregada á las mayores afrentas, y áun á la muerte, como el más infame malhechor, con tal de conseguir la salvacion de sus prójimos. No-tengo dificultad en persua- dirme que deseaba ser vivamente anatema por sus herma= nos (1). Como su Esposo Jesucristo, en quien estaba trans- formada, se hizo tambien anatema y maldicion por nosotros, muriendo sobre la Cruz como un malhechor; sus empresas me lo persuaden, su vida me lo confirma. El Dios de amor que inflamó el corazon de lá Madre Isabel con una caridad tan emprendedora, se complace en ella, y así como aprobó en un principio con señales visibles y magnili- cas, los sacrificios que á gloria de su Santo Nombre le ofre- cieron un Abél (2), un Abraham (3), un Noé (4), así tambien ha querido manifestar de una manera sublime y misteriosa, lo grato que le eran los esfuerzos de la Madre Isabel por la fundacion de esta Casa. ¡Oh, Dios mio, tú eres el autor de es- ta grande obra, tú la inspivastes, y tú la has protegido con la sombra de tu inefable bondad! Un día estando ella en ora- cion toda absorta, enagenada y como fuera de si, siente la presencia de la Majestad infinita. Se le acerca nó el ángel luchador (5) como á Jacob, sino la grandeza misma de Dios de una manera inefable. Se le aproxima, la cubre toda, y la recoje dentro de su divinidad, como la gota. de licor que se pierde en los inmensos mares, ó como la chispa de fuego que se une á la hoguera. En este estado Dios la acerca á si, y la acaricia al modo que el Padre del Evangelio acarició á su hijo cuando, arrojándose sobre él, lo besó, lo abrazó, inclinándose sobre su cuello, y lo ocultó dentro de su manto (1) Ad Rom. 9., 3., sio. hic. (2) Gen. 4, 4. (3) Tbid. 22. (4) Ibid. 8, 20 (5) Ibid. 32

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