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3 mr Penetrada de este pensamiento y llena su alma de ternura, tiene el heróico valor de anteponer la felicidad de sus prójimos á la suya propia. Pide al que tiene en sus manos las llaves de la vida y de la muerte, que la deje todavía en el mundo pa- ra perfeccionar lo comenzado y se le concede. La Madre Isa- bel vuelve á su trabajo como si nada le hubiera acaecido. En otra ocasion le sucede lo mismo; el amor de Dios derrama so- bre. sus carnes un fuego tan celestial y tan fuerte, que el cuer- po no puede resistir sus ardientes impresiones: la sangre se le inflama, la salud queda destruida, una fuerte y extermina- dora calentura vá á acabar con sus dias preciosos; “ella lo advierte, quisiera no desprenderse de los brazos de su ama- do, mas no tiene valor para desamparar á sus hijas en la ocasion en que más la necesitaban. Dios le dá á entender que si moria iba á ser destruida aquella su amada Casa: esta idéa la estremece, y más bien quiere no gozar de la felicidad eterna en aquella ocasion, que ver á las niñas otra vez reducidas á la miseria y al desamparo. La Madre Isabel se restablece tan pronto como ella lo pide. ¿Qué es esto, seño- res? ¿Quién ha oido jamás cosa semejante? ¿Por ventura, ha hecho ella alianza con la muerte, para que no venga sino cuando le parezca? ¿Es ella la árbitra de sus días? ¿Quién tiene el brazo tan robusto que pueda separar de si el golpe fatal? ¿Quién es el que vive cuando quiere vivir? ¡Oh amor, y lo: que puedes! : Yá no me asombra aquella ánsia por la gloria de Dios, que parecia comerlo las entrañas (1). El amor la tenía toda transformada en sí mismo; el amor era el que le inspiraba aquellos proyectos tan gigantescos, que serán la admiracion de todos los siglos; el amor la traia siempre inquieta, anhe- lando por la salvacion de todas las almas; la que resolvió empresas tan árduas y difíciles por conseguir el bien espiri- tual y temporal de las niñas desvalidas, no hallaria la menor (D) Ps. 68, 3. se

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