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—. — y) — divina que le asistia, descansaba en los brazos de su DioS, que, complaciéndose en su sierva, le hacía gustar con tanta abundancia de sus regalos, que á veces no parecia sino que mandaba á las hijas de Jerusalen, las criaturas terrenas, que la dejasen y no la despertasen hasta que ella quisiese (1). ¡Oh, qué poco influjo tienen los pesares de la vida mortal, y esos quebrantos que tanto abruman la carne y la sangre, cuando Dios está en lo interior del alma! Como los israelitas que se quedaron en la falda de la montaña, miéntras Moisés trataba cara á cara con su Dios en la cima del Sinay, asi sucede á las cosas terregas cuando Dios llama á su trato íntimo al alma escogida. Los objetos perecederos no la turban, las borrascas del mar proceloso del siglo no la tocan, ella es superior á todo lo terrestre y animal. Entre tanto ¡oh Dios, qué cosas pasan entre las criaturas escogidas y su Criador! ¡Qué comu- nicacion tan íntima y al mismo tiempo tan fuerte! Un dia le parece á la Madre Isabel que vá á espirar con la vehemente fuerza del amor; el cuerpo trémulo flaquea, un desmayo ex- traordinario advierte en su naturaleza, le es imposible seguir el trabajo de manos, conoce que se vá á morir: gustosa y pla- centera quiere yá arrojarse en los brazos de la muerte, sus ojos lánguidos se levantan hácia el Cielo, y anhelando por la eterna dicha, exclama: ¡Oh, qué hermosos son tus taber- náculos! ¡Qué amables! ¡Qué deliciosos! Señor Dios de las virtudes, mi alma desea con ardor, y cast desfallece por la vehemencia de este deseo (2). Mas ¡oh asombro! ¡Qué cosas fan extraordinarias y raras produce la caridad vehemente en el alma justa! ¡Cuántas veces se ve que deja á Dios por Dios, y que se priva de los brazos del amado por complacerlo más en el servicio de los prójimos. La Madre Isabel advierte al mismo tiempo que ésta su nueva fundacion se halla muy altrasada, y que aún le es preciso el vivir para concluir su obra. UF "UIT 9., Y. 7 3) Ps 83, v. ]

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