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- E Altísimo que, sin embargo de su infinita Majestad, nada de- sea tanto como tener sus delicias inefables con los hijos de los hombres, viéndola tan suya, se acerca á ésta su amada esposa, la eleva hácia sí, la hace olvidar todo lo cadu- co, la introduce allá en donde ni el ojo ve, ni el oido oye, ni el corazon humano experimenta tanto como en estas ocasiones, en que todo un Dios embriaga al justo con la posesion intima de sí mismo, y le dice al alma: Yo soy todo para ti, y tú to- da para mí. Acariciada la Madre Isabel con tanta suavidad por su ce- lestial Esposo, no pudiendo el cuerpo flaco resistir el peso de tanta gloria, perdia el uso de sus sentidos y quedaba frecuen- temente enagenada. En estos casos podia decir como la Esposa de los Cantares: La izquierda de mi amado la siento debajo de mi cabeza, y con su derecha me abraza toda (1). Por eso se veia en ella aquel sueño sagrado, más apreciable que cuantas delicias puede presentar el mundo á sus necios ama- dores; de aquí aquellas virtudes tan pasmosas, que eran la ad- miracion de cuantos la trataban: de la intima comunicacion con el Autor de toda Santidad se le seguia nó la luz en su cara, como le sucedió á Moisés, sinó la brillantez ejemplarisima en todas sus obras; sus modales eran tan humildes, como ni- velados por los de su ejemplar, que habia visto en el monte de la contemplacion; su paciencia invencible, á semejanza de Aquél que tanta contradiccion sufrió en sí mismo de los pe- cadores (2). Si ella hablaba, sus palabras salian tan encen- didas, que no parecia sino que su Esposo hablaba por ella; si andaba entre las criaturas, se llevaba tras sí la admiracion de todas, que viéndola les parecia que veian un personaje ce- lestial. En medio de sus trabajos, que fueron capaces de derribar á cualquiera otro que no fuese la Madre Isabel, por la virtud (1) Cant, 2, 6. (2) Ad hebreos, 2, 3.
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