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pu — 4) — niña al Monasterio, me=comprometo á ser su ayo y su maestro; viejo como soy me pondré á su lado, hablaré como ella habla; para instruirla, formaré palabras bal- bucientes semejantes á las de una niña, y me tendré por más dichoso, por más cubierto de gloria y de honor, que aquel gran sabio que. se dedicó á instruir al Rey de Macedonia, el grande Alejandro, porque mis instruc- ciones tendrán por objeto no á un Monarca desgraciado, que murió con el veneno, sino á una esposa de Jesu- cristo, que ha de ser presentada en los Reinos celes- tiales (1). Si S. Gerónimo apreció tanto la educacion de una niña, que la prefirió al honor de Aristóteles en haber sido el maestro de Alejandro, no fué ménos el esmero de San Basilio en que se dedicasen Sus hijos á una ocupacion tan ilustre, tan necesaria, y tan del agrado del Señor. Quiso que en sus Monasterios de uno y otro sexo se educasen los niños pequeñitos, ya fuesen huérfanos, ya ofrecidos al Señor por sus mismos padres: y aunque no habla más que de los Mo- naslerios de hombres, es cierto que encomendaba las hiñas al cuidado de las Religiosas, para que las instruyesen en el culto de Diosy de la Religion: Recibamos, dice, á todos los niños á ejemplo de Jesucristo; tomemos de nuestra vo- luntad bajo nuestro amparo aquellos desvalidos que han perdido á sus padres, y á ejemplo del Sto. Job seamos padres de los huerfanos» (2). Severo Sulpicio declara lo mismo de los Monasterios de Egipto: «En ellos se criabun multitud de niños pequeñitos, y se entregaban á los de las virgenes las jovencitas más recomendables» (3). Aquí no se veian más que ejemplos los más sobresalientes. «Aquellas virgenes, decia Tertuliano, no quieren más esposo que á Dios, no quieren ser hermosas más que para Dios, son (1). Ep. ad. Let. (2) In Reg. c. 15. (3) Ap. Tom. tom. 1.1.3. e, 44.

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