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— 39 — funda en la buena educacion; el hombre sólo es bueno en razon de la bondad y rectitud de las primeras ideas. Por eso Jesucristo quiere que los niños se le acerquen, que reciban sus expresiones de cariño y que escuchen sus pa- labras. El Señor los toma en sus brazos, los arrima á su pecho, y se complace en acariciarlos. ¿Y por qué? Porque deseaba hacerlos felices, y para ello siembra en sus almas puras las primeras semillas de la virtud. Éste fué tambien uno de los primeros cuidados- de los Apóstoles, y de sus fervorosos sucesores. «Nosotros tenemos pruebas, dice un gran teólogo (1), que desde el primer siglo S. Juan Evan- gelista establece en Epheso una escuela en la cual ins- truia niños.» S. Policarpo, que en sus primeros años habia sido su discípulo, imitó sus ejemplos en la iglesia de Es- mirna, y no podemos dudar que los Obispos más santos ha- yan hecho lo mismo. Mucho podria añadir sobre esta tan preciosa materia, consultando á la tradicion y á los antiguos Padres; mas ciñéndome precisamente á la educacion de las niñas, verémos cuán útil y cuán conforme es al espíritu de la Iglesia el que se crien recogidas en los Monasterios de las vírgenes. S. IX. Vírgenes dedicadas á Dios áun en el claustro, sin los votos solemnes. «Las virgenes son, segun el testimonio de S. Cipriano (2), la preciosa flor del hermoso vástago de la Iglesia; la hermosura y el adorno de la gracia espiritual, cuyo carácter es. la alegria y el candor; la obra integra é incorrupta de la alabanza y del honor; la imágen más expresiva de la bondad de Dios, y la que más se pa- rece á su santidad misma; la porcion más ilustre del (1) Bergier., Dicc. Theologic., t. 3., v. Ecole. ) 2) Apud Thomasini., t. 1.,1.3,, <. 43.
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