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gimen confiadas en la proteccion del Cielo, y el Altísimo es- cucha la voz de su dolor. El Señor mueve efectivamente los corazones é inspira á vários sugetos, recomendables por todas circunstancias, el que se dediquen con todas las véras que inspira una sólida piedad, á trabajar en obra tan útil. Así lo hacen, con un desvelo que edifica á los hombres, alegra á los ángeles, é inclina hácia sus almas caritativas las bendiciones de Dios. ¡Oh, si me fuera permitido el nombrarlos! Pero vi- viendo todavía, no conviene ni lo permitiria su modestia. Ellos no perdonan ni día ni hora, ni fatiga alguna. Se arrojan gus- tosos á todo trabajo y faena, por el dulce placer de mirar tan- tas pobrecilas niñas socorridas en su orfandad. Suplen y gas- tan de sus propios intereses, pierden de ganar en sus respec- tivas agencias por atender á esta Casa, é implorando la caridad de los fieles han vuelto á restaurar el Instituto elevándolo á un grado tal de perfeccion, que no hay quien, al visitar la Casa, al ver la brillantez del edificio, su adorno y la multituá de chiquitas inocentes, que están alli recogidas, su órden, su aseo, su educacion, no se le conmueva el corazon de gozo, no se le vengan las lágrimas á los ojos, y no manifieste en sus pala- bras enternecidas la agradable. sorpresa que .le causa aquel espectáculo. Todos bendicen al Señor, todos alaban con en- carecimiento unos esfuerzos que tanto honran á la Religion y á la Pátria y no es fácil después en muchos días olvidar la impresion que les ha causado ver tanto como hay que obser- var en aquel Establecimiento piadoso, sostenido todo por la liberalidad cristiana de los Bienhechores. En unos tiempos tan calamitosos se visten y alimentan alli nada ménos que 129 niñas, 25 beatas profesas y dos novicias. ¡Oh, lo que puede la Ca- ridad, cuando es fogosa, activa y verdadera! La Religion se consuela con una vista tan encantadora, se alegra y mitiga el dolor que le causan los incrédulos, empeñados en pervertir la juventud tierna, arrancando de sus brazos estas prendas que- ridas, para estrellarlas contra la piedra de su ilustracion fu- nesta. ¡Oh, perezca el dia en que los vió en su seno la Ma- 3

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