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rallas; nada de su poder y de su gloria. No me detendré.en ponderar la grandeza que ha tenido en las edades pasadas, ocupando el Principado de toda la Andalucía; y áun si damos el crédito que se merecen Gerardo Vosio Cluverio, y otros á quienes cita el sapientísimo Flores en su España Sagrada (1), podria asegurar que es la primera ciudad de España, y la que le ha dado el nombre que tiene. Omitiré lo que fué en el tiempo de los Romanos, celebérrimo y famoso emporio que brilló cual astro luminoso en toda esta parte occidental de Europa. Podria decir la memoria que Julio César hace de ella en sus Comentarios, habiéndola cercado con las murallas que tiene en el dia. Podria elogiar, pero nó como se merece, su Excmo. Senado, uno de los más ilustres del Orbe Católico, su Real Acuerdo, su Consulado y Universidad Literaria, sus Colegios y Comunidades religiosas de uno y otro sexo. Po- dria recordar el lustre que le ha dado á la disciplina de la Iglesia con los Concilios que aquí se han celebrado, y hacer una detenida descripcion de su magnifica Catedral; mas nada de esto es de mi primera atencion: sólo diré que Sevilla, en- tre sus gloriosas prerrogativas, tiene la que parece ser carac- terística suya, la que la eleva sobre todas las ciudades de esta provincia, la que la hace en cierto modo sin igual; hablo de la compasion cristiana y de la piedad caritativa con que so- corre á los menesterosos. Esta Ciudad está decorada por to- das partes con monumentos verdaderamente grandiosos, eri- gidos en favor de la humanidad. ¿Cuál será la necesidad que aqueje al hombre desvalido, ó á la mujer desamparada, ó al niño abandonado, que no halle un asilo en donde encuentre manos cariñosas que se empleen en su obsequio? ¿Qué en- fermo, por asquerosa ó desesperada que sea su enfermedad, no hallará en Sevilla suntuoso edificio ricamente dotado, asistido por almas compasivas, que lo esperan para curarlo? ¿Habrá alguna mujer que se abandone á las debilidades de su sexo (1) Tom. 10., fól. 81.